Dos minutos para pensar por libre

Vivimos en una sociedad que no siempre se para a pensar. Lo urgente se apodera de lo importante. Leía ayer que el tren de nuestras vidas viaja a veces tan deprisa que… en ocasiones, por la velocidad, nos perdemos lo más bello del paisaje.

Cuando afirmo que no nos paramos a pensar, estoy haciendo una generalización. Y ya se sabe que todas las generalizaciones tienen sus excepciones. Incluso ésta: que tiene muchas.

Pero quiero referirme ahora a una cuestión vital y en la que creo convendría detenerse un poco. Me refiero a la del aborto: la eliminación voluntaria, mediante medios físicos o químicos, de un ser humano que vive en el vientre de su madre.

Creo que nadie duda realmente de que lo destruido es un ser humano. A quien dude, le propongo que espere unos meses… Me dará la razón: una razón de peso (de entre dos y tres kilos y medio normalmente); una razón que enseguida comienza a sonreír.

Hoy en día, no hace falta esperar demasiado: las ecografías ya te permiten apreciar claramente el niño o la niña que vive en el vientre materno. Y no sólo su tamaño: su cabecita, sus extremidades,  su sexo, sus movimientos, el latido de su corazón: pronto empezaremos a discutir si se parece más a papá o a mamá.

Todos sabemos que ahí hay una vida. Y que es una vida humana. Por eso, hasta el mayor partidario del aborto reconoce que éste es un mal. Desgraciadamente, a pesar de ello, el número de niños y niñas a quienes no se deja nacer crece progresivamente.

Me duele la pasividad, el “acostumbramiento”, la dejadez, el silencio o el temor con que permanecemos muchos, mientras día a día se destruye la vida de tantas personas: Unos niños y niñas que podrían haber nacido, vivir y ser acogidos,  ser deseados, queridos por muchas familias que esperan en largas listas de adopción.

Defender la vida y oponerse al aborto no es una cuestión de religión, ni una cuestión de ideología progresista o conservadora. Tampoco lo fue la defensa de la libertad frente a la esclavitud.

Animo a la gente a que públicamente rompa una lanza en favor de la vida: hombres y mujeres valientes, sin miedo a ser “políticamente incorrectos”, con independencia de que sean personas de izquierdas, de derechas o de centro; creyentes, agnósticas o ateas.

Y acabo con un aplauso personal: A todas las madres, a todos los padres, que, sabiendo que su hija o su hijo venían al mundo con una concreta discapacidad, lo quisieron, lo acogieron desde el principio, valoraron su dignidad –igual a la nuestra, amigo- y su derecho a nacer, a vivir, a ser amados.

Algunos, en casos como estos, nos traen a colación a grandes genios de otros tiempos que hoy en día, por sus discapacidades, no habrían logrado nacer.

 A mí me basta con acordarme de tantos chicos y chicas cariñosos, con alguna discapacidad, a los que veo frecuentemente desde mi responsabilidad de Concejal Delegado de Educación y Juventud de Pamplona: ¡Cuánto aportan a nuestra sociedad! Nos dan –que nadie lo dude- muchísimo más de lo que les podemos ofrecer. Y hacen esta sociedad mejor. ¡Vivan ellos!

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